—¿Por qué tienen miedo? —preguntó Jesús—. ¡Tienen tan poca fe! Entonces se levantó y reprendió al viento y a las olas y, de repente, hubo una gran calma. Mateo 8:26 (NTV).
Hace unos días tuve una de esas noches de tormento que tenemos muchas veces los creyentes que ya hemos caminado un largo trecho con el Señor. Satanás nos conoce perfectamente y sabe cómo manipular nuestras emociones. Conoce todos nuestros temores y ansiedades y sabe como agrandarlos y presentarlos como cosas que inevitablemente van a suceder. Además, sabe todos nuestros errores y pecados, y tiene la malsana costumbre de traérnoslos a la memoria y poner en tela de duda el que Dios, en Cristo, haya renunciado a cobrárnoslos.
Esa noche el diablo me estaba dando con todo, ansiedades, temores y remordimientos. Yo me sentía como en una barca en medio de una tormenta salvaje. De hecho, pensé de inmediato en el episodio del Evangelio donde Jesús está durmiendo en la barca en medio de una tremenda tempestad. La otra persona en la Biblia que recuerdo que estaba durmiendo profundamente en medio de la tempestad es Jonás. Pero, él fue por una razón muy diferente. Estaba en una profunda depresión, mientras que Jesús tenía una profunda paz y dormía como bebé.
En el relato de los evangelios, los discípulos están tan llenos de pánico que están totalmente fuera de sí, y lo único que se les ocurre es despertar a Jesus. Jesús se despierta molesto —¿y cómo te despertarías tú?— y calma la tempestad con unas palabras. Ahora los discípulos tienen otra clase de temor: «¿Quién es este hombre? ¡Hasta el viento y las olas lo obedecen!» (“¿Con quien los fuimos a embarcar?”). Jesús los reprende por su falta de fe y, seguramente, se vuelve a dormir.
Esa fea noche “sentí” claramente que Jesús estaba dormido en la barca de mi vida en ese momento. Pero, lo más curioso es que sentí qué estaría muy mal que lo despertara con mis oraciones, porque el hecho de que él estuviera dormido en la barca de mi vida es porque él sabía que todo estaba perfectamente bien. Que ninguna amenaza del diablo podía hacerme realmente daño y que sus tentáculos de calamar gigante no podrían jalarme a la abismo de lo que yo era antes.
Supe, entonces, que lo que yo tenía que hacer no era ni orar, ni reprender al diablo, ni ninguna de las respuestas automáticas que siempre tengo. Así que lo que hice fue decirle a Jesús: “hazme un campito,” y después de un buen rato (no fue tan rápido) me quedé dormido junto a él.
Antes de salir gritando cuando el enemigo te atormenta, te recomiendo que voltees a ver a Jesús para que sepas que está haciendo y puedas responder acorde.
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