Así que le hemos obedecido en todas estas cosas. Jer. 35:8a
Como lo prometí, les voy hablar un poquito más de Los Recabitas. Por años se creyó que su estilo de vida abstemio y acético provenía de las creencias de su antepasado Jonadab quién, según esto, se oponía ferozmente al sedantarismo de los agricultores, el cual asociaba con la corrupción de la vida religiosa en las ciudades y, por lo tanto, quería regresar a los “ideales” originales del pueblo de Israel en su travesía por el desierto. Hoy esta teoría ya no tiene tanta aceptación. Nuevos estudios han revelado un cuadro muy diferente.
Si las nuevas investigaciones están en lo cierto, los recabitas eran un gremio de trabajadores del metal involucrados en la manufactura de carretas y carros de combate y algunas otras armas. Deambulaban por el país, acampando afuera de pueblos y ciudades. Si tú tenías una jabalina que querías enderezar o una rueda de carruaje que necesitara compostura, la apartabas para cuando vinieran los recabitas. Eran una una tribu pequeña que no se metía con nadie.
Los recabitas llevaban hacia atrás su linaje 250 años hasta Jonadab Ben Recab en el tiempo del rey Jehu (algún tiempo después de Elías y Eliseo). Ellos explicaban su vida disciplinada y su identidad singular en términos de su obediencia al mandato dado por su ancestro.
Los artesanos que trabajaban en el metal tendrían muchos secretos “industriales” que proteger. La abstinencia de bebidas embriagantes evitaba que se les aplicara el dicho anglosajón: “los labios sueltos hunden barcos.” Los metalurgos de la antigüedad, como regla, formaban arrogantes familias con largas genealogías. Los matrimonios eran arreglados cuidadosamente dentro del gremio, previniendo la entrada de forasteros. El herrero tenía que disponer una gran cantidad de conocimientos técnicos que eran pasados de generación en generación y guardados con gran celo. La naturaleza de este oficio prevenía que se establecieran permanentemente en algún lugar. Permanecían en alguna localidad de unos meses a varios años hasta que el suministro de mineral se agotaba. El trabajo del herrero requería tanta habilidad y tanta práctica que la labor agrícola quedaba excluida.
La invasión babilónica de Judá hizo que vivir en el campo fuera muy peligroso así que los recabitas cruzaron las murallas de Jerusalén por seguridad. Eran una rareza en la ciudad, conspicuos en su manera extraña de ser. Por supuesto que se daban a notar, a los comentarios burlones y calumnias, y a las miradas embobadas del pueblo. En los primeros tres días de su arribo todo el mundo los abría visto o habría escuchado acerca de ellos.
Aunque su estilo de vida era favorecido por su actividad comercial, esto no les resta ningún mérito. Simplemente nos dice que eran más sabios de lo que creíamos y que llevaban una vida en todos sentidos que favorecía su estilo de seguir a su antepasado.
«Señor, dame sabiduría para acomodar mi vida y mi actividad de tal manera que sustente mejor la vida singular a la que me has llamado. En lo posible, apoya con tu gracia y tu provisión toda decisión costosa. Incluso si ésta significa considerar diferentes opciones en mis actividades económicas, de modo que encajen con la vida que he decidido llevar como radical seguidor tuyo. En el nombre de Jesús, amén.»
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