En mi devocional me encontré con un pasaje que contiene los temas del espejo y del Espíritu Santo juntos y no pude resistirme. Además es un tema que enlaza con lo que estuvimos viendo acerca de la Cumbre y el Valle.
En este caso, el pasaje utiliza el símbolo del espejo de una manera relacionada, pero un poquito diferente de como la hemos usado aquí, cuando nos paramos ante el espejo para declarar las verdades de Dios acerca de nosotros.
El texto bíblico es extraordinario y está en 2 Corintios 3:17-18. Usaré la versión Dios Habla Hoy (DHH):
«Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por eso, todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor, y vamos transformándonos en su imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu.»
Este pasaje maravilloso habla de libertad. Pero, se refiere antes que nada, a la libertad de estar ante Dios sin barreras ni velos. Sin tapujos, ni limitantes, ni reservas que nos impidan expresarnos o disfrutar plenamente de la Presencia de Dios. Podemos llorar, y podemos reír, podemos clamar desesperadamente y podemos meditar en quietud. Donde está el Espíritu Santo ahí hay libertad.
En este hermoso pasaje el espejo somos nosotros y es Dios el que se refleja en nosotros de manera que la gente lo pueda ver. Somos el Espejo de Dios.
Para entender mejor que quiere decir todo esto, tenemos que ir al Libro de Exodo para hablar un poquito del velo que por un tiempo cubrió el rostro de Moisés y era una barrera entre la gloria de Dios reflejada en el rostro de Moisés y la gente que no soportaba el resplandor con el que la cara de Moisés brillaba.
Exodo 34 es un pasaje fascinante que narra como Moisés cuando subió al Monte Sinaí, al estar expuesto por 40 días a la Presencia de Dios, comenzó a reflejar en su rostro el glorioso resplandor del rostro de Dios. Cuando descendió de la cumbre, el resplandor que se le pegó en la presencia de Dios fue tan intenso que sus compatriotas no podían estar ante él sin ser seriamente, encandilados. Entonces, decidieron ponerle un velo, y por un tiempo Moisés andaba con el rostro cubierto para no lastimar la retina de sus congéneres. Con el tiempo, ese resplandor se fue desvaneciendo. Pero Moisés conservó el velo.
Pablo dice que nosotros como Moisés también reflejamos en nuestra vida el resplandor de la gloria de Dios (y sin velo). No el resplandor físico, sino el resplandor de su carácter y sus atributos, la belleza moral y espiritual de la santidad (adoren al SEÑOR en la hermosura de la santidad—Sal.96:6 RV’2015).
Somos como un espejo que refleja la gloria de Dios, y que, en la medida en que pasamos tiempo en la presencia de Dios, como Moisés, vamos reflejando cada vez más el resplandor de Su gloria. Vamos siendo transformados “de gloria en gloria” (Reina-Valera). De hecho, la versión The Message dice:
«...Y así somos transformados —literalmente transfigurados, como Cristo— nuestras vidas haciéndose cada vez más resplandeciente y más hermosas en la medida que Dios, por acción de su Espíritu, entra a nuestras vidas y, como resultado, nos vamos haciendo como él.»
¡Wow! Ese resplandor puede ser tan intenso que dice esta versión que podemos ser no solamente transformados, sino “transfigurados,” como Cristo en el Monte Tabor!
Y lo que me encanta es que el pasaje le asigna un papel primordial al Espíritu Santo en este proceso de transformación. La gente puede ver a Dios en nosotros por “la acción” constante del Espíritu Santo en nosotros.
Uniéndolo con todo lo que hemos visto en el pasado, podemos afirmar que cuando descendemos de pasar tiempo con Dios cada día: Leyendo su Palabra; adorándole tal vez de forma sencilla con música grabada, o si tocas un instrumento, ¡dichoso tú! Orando y llevando nuestras peticiones ante él. Dándole libertad del Espíritu Santo de manifestarse con alguna revelación, o expresión en lenguas, o adoración, o declaración de alguna promesa en lenguaje comprensible. Cuando tenemos este tiempo con Dios, dirigido por el Espíritu Santo, salimos a la vida cotidiana con un resplandor que refleja el carácter de Dios ante la gente con la cual entramos en contacto. Y esto seguramente impactará sus vidas.
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