“Desde el momento en que aspiran su primera bocanada de aire en este mundo, nuestros hijos fueron envenenados por el pecado” (R. Wolgemuth). El rey David lo expresa de manera desgarradora en el Salmo 51 (no como una declaración teólogica que dé origen a conceptos de “pecado original,” o cosas así, sino como una observación práctica de la vida): “¡Mírame! ¡Yo fui formado en la maldad! ¡Mi madre me concibió en pecado!” (Sal. 51:5, RVC).
Aunque nos preocupan muchas cosas acerca del futuro de nuestros hijos, necesitamos estar muy conscientes de que, definitivamente, el pecado es el mayor problema que tendrán en la vida. Sin duda. Y la influencia del mundo la mayor fuerza contra la que tendrán que luchar.
Si alguna vez has estado frente a una aspiradora industrial deveras potente, sabes la fuerza de succión que tiene. Así es el mundo con nuestras familias. El poder de destrucción de un mundo inmoral que se halla fuera de nuestros hogares es mucho más fuerte que cualquier aspiradora. Nuestra pasividad puede llevarnos al fracaso. Sin un esfuerzo intencional de desafiar esta influencia, nuestros hijos no tendrán ninguna oportunidad sino ser succionados por las cosas que más tememos.
En lugar de ser pasivos acerca de esto, necesitamos proveerles de las herramientas, actitudes y prácticas que les ayudarán en su lucha contra el pecado. A los hijos no les ayudará que nos preocupemos más por su formación académica y profesional que por su formación espiritual. Cuando hablemos del tema de la disciplina, por ejemplo, veremos que no les ayuda nada dejarlos sin la corrección apropiada a la conducta pecaminosa que los sabotea. Necesitamos pues, darles herramientas y armas. Enseñarles la palabra de Dios, que aprendan a memorizar versículos; guiarlos sobre cómo orar, y, de hecho, orar con ellos para que se vaya formando en ellos el hábito. Instruirles acerca del engaño del pecado a un nivel apropiado a su edad.
No se trata de hacer esto de una manera legalista que los deje sintiendo que todo es pecado, pero tampoco debemos irnos al otro extremo donde no les damos la suficiente instrucción. La Biblia nos provee de un instrumento perfectamente eficaz para dar una enseñanza equilibrada.
“Tú anuncia el mensaje de Dios en todo momento. Anúncialo, aunque ese momento no parezca ser el mejor. Muéstrale a [tu] gente sus errores, corrígela y anímala; instrúyela con mucha paciencia.” 2 Tim. 4:2 (TLA).
Gracias por tus comentarios.
Confío en la palabra He 16, 31 —Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos —contestaron. Haciendo lo que nos corresponda en casa en anunciar el mensaje de Dios y denunciar el pecado, Dios hará su parte también 😀